Oficio

Hay pocas cosas peores en esta vida que no tener vocación. U oficio. Oficio es conocer a fondo lo que haces, y hacerlo bien. Una especie de liturgia cotidiana, profesional, que se adopta bien por aptitud natural, bien por adaptación resignada. Yo soy un periodista sin oficio. Lo he asumido con el tiempo, lo cual no habla demasiado bien de mí. Ser periodista es una forma tan buena como otra cualquiera de presumir. Sin embargo, y voto a Dios, que mi razón no es esa. Simplemente buscaba algo a lo que dedicarme que me permitiese escribir, y el periodismo fue lo mejor que encontré. Luego, con el tiempo, lo intenté. De veras. Creí poder mimetizarme con mi entorno. Con todos esos compañeros míos de facultad cuya fe en este oficio parece sincera. Pero me confieso: no lo he conseguido. Y ahora ya es demasiado tarde para cambiar de caballo, pues ya me encuentro en mitad del río. Vadeándolo. Cada vez que me enfrento con alguno de mis supuestos semejantes, y éstos me hablan en un lenguaje que yo debería haber adquirido, y en el que desenvolverme con la naturalidad propia del cazador en medio de un bosque lleno de osos y grullas, asiento con cara de póker y pienso, para mis adentros, que más les valdría a mis interlocutores no estar en mi cabeza en aquellos instantes porque lo único que hallarían sería una nívea planicie salpicada de esporádicos pensamientos frívolos que nada tienen que ver con la conversación en cuestión. Y es que, cuando reflexiono sobre estas y otras cuestiones relacionadas con el oficio, me siento como cualquier españolito de a pie postrado delante de los leones del Congreso: muy bonitos, pero busquemos un bar, que llegamos tarde al fútbol.