Frío

Dicen que durante la batalla de Teruel hizo tanto frío que se congelaron los depósitos de combustible de los vehículos, y que tanto los nacionales sitiados dentro como los republicanos que los asediaban, así como los nacionales que a su vez cercaban a aquellos en los alrededores del inhóspito páramo aragonés, constituían un espectral ejército de sombras que apenas podían combatir porque sus dedos se endurecían, rígidos, prematuramente artríticos, en torno a los gatillos de sus fusiles. Por eso, cada vez que el general Invierno acude a su cita anual con nosotros y con nuestras conversaciones cotidianas en el metro, en clase o en el portal, trato de hacer este sano ejercicio de distanciamiento e higiene mental: recuerdo a la Wermacht acochinada en las tablas de Stalingrado por el frío soviético, o a Napoleón posando para la foto en el famoso cuadro donde Meissonier retrató a las esqueléticas águilas imperiales deshilachándose en su penar por la estepa rusa, y pienso que el frío es como la política. Por más que intentemos huir de ella, siempre nos alcanza, y sólo en unos pocos, privilegiados y cálidos lugares podemos encontrar refugio a salvo de las implacables garras de los agentes de la Stasi  de la partitocracia: de nombre paraíso, de apellidos, naturales o fiscales.

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