Si lees esto, seas quien seas, sabrás entonces que Nemundia existió y no es una leyenda. En una esquina ignota del Océano se levanta esta isla maldita desde cuya tierra inhóspita escribo estas líneas, con la esperanza de que en algún momento del futuro, el mensaje que lanzo en esta botella arribe a playas más amables y a manos más dichosas.
Un terrible naufragio hizo que el ingrato mar me escupiera a esta tierra, y desde entonces peno en ella, enloquecido, y día a día aumenta mi obsesión y la tristeza que horada mi alma me convierte en un esclavo del viento, del sol y del Océano. Salir de aquí es la única meta de mi desgraciada vida, pero este fin cada vez se me antoja más lejano. La esperanza se diluye, y en la negra noche que me envuelve, me sumo agotado, rindiendo mis armas ante el destino implacable que me hostiga.
Es esta isla una tierra dura, donde no crece la hierba, y ningún árbol levanta suficiente altura del suelo para arrojar una ínfima sombra con la que cobijarse del devastador abrazo del sol. El viento azota una y otra vez este país infeliz, cargando con nubes de arena, polvo y sal, que torturan a sus habitantes, y se incrustan en los ojos, en la cara, en todo el cuerpo, abrasándolo, percutiendo sin cesar contra el ánimo del que, como yo, arrastra sin remedio su existencia por esta isla.
El mar siempre está arriba, y su oleaje es bravío, correoso, intratable. Las olas golpean una y otra vez con salvaje furia la tierra y las rocas, y de él no es posible sacar ningún fruto, pues Dios hizo estéril aquí incluso hasta el Océano que abriga Nemundia.
He intentado escapar de aquí varias veces. Es inútil, la isla parece rodeada por un halo indestructible que ejerce una influencia maligna sobre todo lo que está dentro de él, como si fuera un enorme círculo del infierno que Dante describió. Construí una balsa con la poca madera que pude reunir, y recurriendo a toda mi fuerza y presencia de ánimo, logré superar la barrera de las olas e internarme en alta mar. Cuando apenas distinguía la silueta de Nemundia, y ya me creía libre, la débil balsa se deshizo de repente, hundiéndome en el oscuro mar, exhausto y agotado. Sólo recuperdo la inmersión, y una sensación de abatimiento y derrota que se apoderó de mí. Cerré los ojos pensando que la dulce muerte llegaría para acabar con todo mi sufrimiento, pero al despertar me encontraba apenas en la orilla, zarandeado por el ímpetu de las olas, castigado de un lado para otro, golpeado por el furibundo ponto. A duras penas alcancé la orilla, y allí me tumbé, fatigado infinitamente. Ni siquiera tuve el consuelo de derramar unas lágrimas, pues el viento hacía mucho tiempo que había quemado mis lagrimales. Todo lo más que pude hacer fue maldecir en voz baja a la vida, a mi destino y a la negra muerte que no consiguió llevarme con ella y terminar de una vez por todas.
Ahora vago sin rumbo por los senderos abandonados de este lugar infernal, dejado de la mano de Dios. No hablo con nadie, pues los habitantes de Nemundia son seres trastornados por el martilleo constante del viento sobre sus espíritus malditos. Caminan como autómatas, sin mirar nada más que hacia abajo, y marchan al interior de la isla a buscar el sustento cotidiano, cazando fieras cuya carne es dura como el acero y tan sabrosa como un trozo de corcho. Nemundia es como un gigantesco castillo de If, pero sin ningún abate Faria que, como último y generoso regalo, ofrezca su propia muerte como escapatoria para algún Dantés afortunado.
Mi esperanza es cada vez más débil, y hace tiempo que en mi interior se instaló la certeza de que en esta isla del demonio acabaré mis días, olvidado de todos, solo y perturbado por el azote interminable de los elementos. La naturaleza parece tener una cuenta pendiente con Nemundia, y la golpea con saña desde la noche de los tiempos, sin saber nunca cuándo llegará el fin de este castigo imperecedero.
Estoy cansado, y de mi mente ya se han ido, poco a poco, casi todos los recuerdos de mi vida hasta mi naufragio en Nemundia. Apenas puedo recordar la cara de mis padres, y el recuerdo de ella tan sólo es un vago sentimiento que acelera mi corazón de vez en cuando, en las noches más terribles, cuando el insomnio me conquista y me maltrata, violentando la paz de mi lecho.
Espero que tú, seas quien seas, encuentres este mensaje que ahora introduzco en esta botella, con la esperanza de que en algún tiempo y en alguna parte lejos de este lugar maldito tocado por Belcebú, mi historia sea conocida, y contada al calor de una lumbre, en alguna noche de verano.
GENIAL!!!